Ustedes
creen
Ustedes
creen que yo me enamoré de ella porque es escritora de cuentos eróticos. La
leche derramada en la mesa después del temblor goteaba desde el mantel al piso
de azulejo con la insistencia de cactus en medio del desierto. No, no me
enamoré de ella porque sea escritora y nunca pensé siquiera que su sensibilidad
pueda influir en mi forma de percibirla. Percibir. Como perciben los ciegos los
olores del jardín, así en medio de la laguna de mis ideales, pude sostener un
sueño en forma de salvavidas, para asirme a las fotos de su aventura imperceptible.
Ustedes
creen que yo me enamoré porque es bella y sus rasgos compiten con las
esculturas inmortales y sus ojos figuran entre los destellos del cielo en busca
de planetas habitables. No, no me enamoré por bella. Su clima dejó secar la
leche derramada, y empezó a heder a misterio de tártaro. Mis ojos libres la
perseguían como se persigue al papalote desde la tierra, con la mirada fija y
el corazón lleno de infancia y sudor en las manos y en el alma.
Ustedes
creen que yo me enamoré de ella porque descubrí con el tiempo secretos de su esencia.
Ella es uno de esos seres de la mitología griega que cantan sus andanzas bajo
el agua. Y aprendió a vivir en la apnea y aprendió los colores que nutren los
poros con líquido que acaricia la piel, y somete, y pesa en las profundidades
oscuras, en los rincones de la vida. No, no me enamoré de ella porque sea una
sirena o delfín, o un caballo de mar en celo, y si fuere también un dragón o
algún dios con escultura en los museos. La Victoria Samotracia por ejemplo,
tiene su cuerpo y sus telas húmedas la abrazan. Pero ella se baja del navío
inflexible con sus personajes de vacunos galopantes y se acuesta en medio del
pajonal a regalarle flores al fotógrafo y hacer el amor con sus furores
desbocados.
Entonces
pienso que ustedes creen que yo me enamoré de ella, y no sé porque piensan eso,
si apenas he nacido en este mundo, voy dando pasos de crisantemos o madreselvas
y voy avanzando lento en el enrejado o asido a las paredes mustias de las
fábulas. Cuando llegue a su lado con mi cargamento, la vida se habrá encargado
de llenar su cama con nostalgias, y será otra la mujer de quien estoy hablando.
Pintaré una marina con reflejos azules sobre el horizonte y la espuma desnuda
acariciará el puerto, para colgarla sobre el espaldar de la cama, que quede
incinerada y quieta toda la ceniza después de la fogata.
Ustedes creen que yo
me enamoré, pero no se dé quien me está hablando, si yo nunca, nunca me he
enamorado.